jueves, octubre 12, 2006

Poemas de la Cueva

El Hombre que ya no se cuestiona y se mira .

El hombre que creo ser duerme más bien poco,
queda tuerto si le miran cuando el amor se asoma como si de verdad
existiera.
No se cree nada,
ya no cree a nadie,
las mentiras son espejos,
y en estas noches como esta,
a penas se siente,
y todo,
todo se duele.


El Hombre que se pregunta por las olas.

El hombre tienta a su suerte,
hasta se atreve a seguir amando
(sabe, por suerte, que es la última vez)
y le piden casi todos
que no sea tan pesimista.
El hombre les mira desde abajo,
y se pregunta si la arena acaso no se sabe superada
por las olas,
siempre antes de que lleguen.


El Hombre de noche.

Es de noche y el hombre que creo ser
se cree muerto o casi,
por y desde las rodillas
que lo paralizan.
No se atreve a moverse,
ya que el asfixiante aliento del comedor
le recuerda que sí,
que es de noche
y esta solo.
Pero lo peor es donde esta ella.
No quiere creer,
mas no hay alternativa.
Es de noche
y
esta solo,
sin ella.
Y no quiere creer,
pero no tiene alternativa,
la noche existe negra y odisea,
tan solo
sin ella.


Las fuerzas del Hombre.

Rinde el hombre lo que puede,
con las pocas fuerzas.
No quiere que nadie le aliente,
no quiere dar lástima.
Sabe que el corazón le revienta
cuando ya no quede ni sudor,
una noche de estas,
sin milagro.


Las piernas y el Hombre que las mira.

El hombre se siente como tal
cuando la mira de costado, como se sienta en la silla,
y cruza las piernas,
y ve como se ilumina una senda perfecta en el tejano,
un camino terso y azul desgastado,
desde su rodilla
al último botón.
Eso cuando las cruza,
cuando las separa lentamente,
el hombre se siente arco y flecha.


Warner Bros y el Hombre.

El hombre que creo ser
a dura penas levanta cabeza.
Se entrona ese hombre a la sombra de un desequilibrante abismo,
ese filo punzante a punto de quebrarse
con los ojos del Coyote, aun sordos,
tras el beep beep del Correcaminos.


La valentía del Hombre nadie.

¿Saldrá el hombre
a matar en noches como esta?
No, a pesar de las ganas
él es un cobarde para la calle,
la valentía se carga en sus silencios,
en su inactividad es valiente,
osado de luna
de banco y acera.
Piensa el hombre que su valentía
es solo bien para nadie,
es decir,
bien para él que no es.


Diálogo entre el gato y el Hombre.

El gato espera recostado encima de la tele,
al calor de las bombas en Irak
del canal noticias 24 horas,
que el hombre se acueste en el sofá.
Hace poco frío para el mes que estamos gato,
espeta el hombre, fumando cinco cigarros de más.
Y tú duermes poco,
cree oír el hombre.
No te calentaras con las mantas,
el frío lo llevo conmigo.

El gato mira el humo blanco que sube
cargado de la tristeza que reina.



El Hombre se pregunta (1).

Se pregunta el hombre como explicar lo que se siente
en noches como esta.
Si tuviera que hacerlo
deberían confirmarle antes
si tras la explicación,
aplicarán cualquier cura o quedará solo en su voz sin nada.
El hombre a estas alturas es un egoísta,
necesita garantías.


El Hombre se pregunta (2).

Se pregunta si hay esperanza.
Y escribe compulsivamente.
Se pregunta si ella se pregunta como él,
pero la quiere demasiado como para que cargue con ello.
Se pregunta si cuando lanza un mensaje al descubierto
no se confunde con el silencio y el secreto en el baño.
Se pregunta si el ruido que viene de la escalera
se rompe con el ruido que hacemos bajo las acacias, aun sin bao,
ya que sé que
sí viceversa.
Se pregunta cuando tiene dudas de su propia lucha.
Y piensa en las hormigas después de patear su hormiguero.
El hombre se pregunta cuando empezó a preguntarse.
Pero sobretodo se pregunta desde cuando no recibe sus respuestas.





El Hombre no piensa, sólo recuerda.


A veces el hombre no piensa, solo recuerda,
es una dura intromisión de interpretaciones confundidas,
costoso esfuerzo para no tener milagros.
Pero el hombre se libra de sus carencias,
y rememora el tacto de sus medias en el aparthotel,
la blanca tela que se tinta de las lágrimas que no caen,
persianas cerradas tras su espalda,
asientos traseros,
los ojos que aman aunque no lo digan,
y sobretodo sus manos
que desean,
aunque no lo digan.
El hombre recuerda y no analiza,
solo acumula espacios de luz que lo tranquilizan,
rehace su vida y se lo cree,
sólo le basta sus manos, esas lanzas que se le clavan
sin inmutarse por el placer.
El hombre recuerda la cacerolada, a Silvio pasando frío
en el marco de la ventana,
una caricia por mil.
El hombre recuerda sus besos,
esas extensiones del hambre,
y como entre sus piernas
el apetito era gula de gritos.
Recuerda los pechos.
Recuerda las piernas como dos nubes.
Recuerda sus ojos cerrados y su boca abierta.
Recuerda el carmín en la comisura, como último testigo de la creencia,
recuerda el suspiro, su mano con saliva,
recuerda su candor,
recuerda su todo
y todo lo que la ama,
recuerda entonces por aludido, lo que el hombre ocupa.
Recuerda que es tarde y de noche,
y en este instante,
no piensa,
no piensa ni se inmuta,
y la noche pasa a ser lo que será dentro de unas horas,
una noche más sin ella, sin él, y sin nada.


El Hombre se despide.

El hombre se despide
sin ganas y casi sin aliento,
solo dueño de su noche sola,
solo marco de su propio cuadro.
El hombre se va creyendo que es,
hombre solo, pero sólo cree.
El hombre se va a dormir,
y parece que se despide de la vida,
pues ahora queda la autentica noche,
la que se saborea boca arriba y desvelado,
y sabe solo a carne de desconocido,
a ruina, a huecos.
El hombre se aferra a su poca suerte,
que ya es algo, por poca y por suerte,
y piensa que de hermoso algo puede nacerse.
El hombre que se cree ser
vuelve al campo de batalla nocturno,
a la espera de la calma
el descanso,
la posible alegría que puede que llegue.
En el fondo el hombre
tiene una diminuta esperanza de ser solamente feliz,
de tener descanso.
Sólo falta ahora resolver el enigma:
paz de muerte o de la Mujer.

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